viernes, 22 de enero de 2010

La luna



Después de una cierta hora, las calles se vacían
y yo salgo a olvidarte. Es más fácil en las calles
vacías. Me pierdo como una piedra terrestre
arrojada al territiorio lunar. Entonces la luna se vuelve
una playa bañada por la luz del Mediterráneo,
donde jugaba de niño, No puedo volver a tomar
lo que he perdido, nadie puede. Si no está
permitido el regreso y no deseo avanzar,
quizás debería tener miedo, pero me enseñaste
a no temer, a estar despierto hasta tarde
en la casa desierta escuchándote cantar, con la promesa
de que el sueño llegaría. Aún soy el niño
que atraviesa la nocehe en su nave, un pequeño
astronauta, Hemos perdido contacto con la base,
nos hemos quedado solos aquí arriba, las constelaciones
y yo. Dame la calma, dame el silencio que acaricia,
no este silencio como aguja que cruza lentamente
las fronteras de las venas y apacigua
el rumor de la sangre pero no alcanza
a apaciguar el deseo de tocarte ¿Cómo voy a construir
mi casa lejos de la tuya, de donde van a sacar mis manos
el oficio de poner cada ladrillo uno encima
del otro para levantar una pared que nos separe? No sabría.
Me decías que algún día vendrían a buscarme
los extraterrestres, que yo no pertenecía a este planeta.
Nos reíamos. Yo desde entonces, no he hecho otra cosa
que preparar con paciencia mi bolsito a la espera
de que llegue ese día. Tu voz es el hilo de seda
que conduce a las ruinas de la luna. Madre -te dije-
no tengo sueño todavía.

Claudia Masin

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