viernes, 6 de noviembre de 2009

Soplo al corazón


Hay enfermedades extrañas que hacen que el corazón
no tenga sosiego. De repente, los latidos se aceleran
sin explicación y se detienen. Una piedra hueca
cayendo a toda velocidad en el pozo de un algibe.
Es en ese momento cuando una voz evita la caída
y el corazón retrocede, asustado de su propio vértigo.
Creo que enfermé porque la enfermedad es una pasión
como otras, y yo quería vivir de una pasión. Despertar
sobresaltado
en el medio de la noche y llamarte. Un adolescente frágil,
una heroína de novela romántica. Quejarme
discretamente, pero con la intensidad necesaria,
para que escucharas. Hubiera permanecido
en la cama años y años, oyéndote contar
las historias de tu vida, no sentía
dolor sino una rara sensación de calma. Yo era un rey
y el tiempo, una ficción que otros, allá afuera, tramaban,
para derrocarme. Que ibas a llevarme, me decías,
a ver el mar, aguas termales, enfermeras sonrientes
y una playa. Había aprendido a vivir para tu mirada,
cada movimiento era un dibujo perfecto destinado
a deslumbrarte. No quería otras miradas sobre mí,
no hubiera sabido qué mostrarles. Mi corazón
era un rehén entre los dos, una moneda
de cambio. Una mañana desperté y la salud había
ganado la partida. Tuve miedo, nada me quedaba
para darte ahora que la muerte estaba lejos.
Sólo mi cuerpo, el marco de una ventana destinada
a mostrarte todos los paisajes que a tu capricho
eligieras, para que te distrajeras mirándolos a ellos,
y a mí me olvidaras.

Claudia Masin

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