jueves, 25 de febrero de 2010

Detrás de la puerta


En las noches de Marrakesh, los hombres viejos
que me llevan a recorrer la ciudad
y esperan que los guíe, terminan inexorablemente
perdidos. Tal vez sólo sé un camino,
y los demás son rodeos
que convergen en él. No tengo preguntas,
la certeza es un sitio donde me crío a mí misma,
como si yo fuera una hija mía. ¿Ves? me digo,
aquí están las imágenes de tu vida,
desfilan como en una película muda,
las películas mudas son aburridas. No importa
demasiado tu vida. ¿Ves? aquí tu casa, tus padres,
las cosas que olvidaste en las mudanzas,
no importan demasiado tus cosas. Podrías ser
cualquiera, podrías no existir, una sirena
dibujada en un libro de mitos. Escuché la historia
de un grupo de exploradores en la Antártida:
iban a vivir un año en el medio de una soledad
y el frío para estudiar la zoología, la botánica,
el clima. El barco de rescate chocó contra un témpano
mientras viajaban para llevárselos
a Europa de regreso. Pasaron inviernos enteros
en el refugio, una casita noruega que ellos mismos
habían construido en el medio
de un país de hielo. Se inventaron
una vida cotidiana, distribuyeron
las tareas y esperaron. Uno de ellos escribió
en su diario: llegué a olvidarme de que tenía un rostro.
Sólo sobrevivía para estar presente en el momento
en que un improbable barco fantasma
asomara entre las olas. Así es como todo se borra,
la propia voz, el propio cuerpo, cuando alguien
tiene que llegar hasta nosostros
y no llega. El azar es ecuánime - solías decir-
todos encontramos aunque sea una vez
lo que siempre hemos buscado. Ya no te creo:
el azar, por definición, es injusto. Hay
una vez, sí, pero una sola, y lo demás es el deseo
de que vuelva.

Claudia Masin

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